Un día 9 de agosto de 1991 en el distrito de Pariacoto, departamento de Ancash, los sacerdotes franciscanos polacos Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski entregaban su vida al martirio a manos de los miembros del Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso, quienes, tras secuestrarlos de su parroquia, los asesinaron.
Los senderistas habían implantado el terror, prohibiendo evangelizar y entregar alimentos, porque según ellos, adormecían y engañaban al pueblo con sus Biblias y sus Rosarios, un pueblo que debería luchar por liberarse de los burgueses e imperialistas por las armas, en lugar de optar por el perdón y el amor como los cristianos predican.
Unas semanas previas y ante el inminente peligro de sus vidas, el Obispo de Chimbote, monseñor Luis Bambarén les había dicho: «Les doy libertad para que puedan alejarse de sus zonas, pueden retirarse a Lima o a sus países»; sin embargo, ellos eligieron quedarse.
Era una opción terrible, como la tomada por su compatriota Maximiliano Kolbe muchas décadas atrás, cuando al hacer oración siendo aún niño, la Virgen María se le apareció sosteniendo en sus manos dos coronas, una blanca y otra roja, preguntándole si le gustaría tenerlas. La corona blanca significaba la pureza y la roja el martirio. El niño Kolbe sin dudarlo le respondió: “elijo ambas”.
Quedarse era pues la respuesta de ambos, con conciencia de lo que aceptaban, y la voluntad de aceptar el destino común de la “corona roja” que les esperaba. Era una decisión gravísima, efectuada con valentía y caridad. No iban a abandonar cobardemente al verdadero pueblo humilde y olvidado, a los verdaderos pobres del Evangelio como manda la espiritualidad franciscana.
Es así que la tarde del 9 de agosto de 1991, llegaron los encapuchados de negro, los hombres de la oscuridad, los que sembraban el miedo y la angustia en el sufrido pueblo peruano, eran los “cumpas” quienes en medio de gritos procedieron a atarles las manos y se los llevaron en una camioneta rumbo al cementerio, donde finalmente los sometieron a un macabro “juicio popular”, encarnaron lo que dice la Escritura “Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos” (Isaías 50,6). Al Padre Miguel lo mataron con un disparo a la nuca, mientras que al Padre Zbigniew lo mataron con un disparo en la espalda y otro en la cabeza.
Los actos de sacrificio de ambos sacerdotes se han traducido en una lección de heroísmo, de verdadero amor por el pueblo, lección que será recordada por todos nosotros. Dieron su vida por su fe. No traicionaron a su vocación de servicio. Como auténticos franciscanos no cedieron al miedo y no renunciaron a su opción por los pobres, ni se negaron a amar plenamente, por lo que les alcanza la bendición del mismo Señor Jesús “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Por ello muy pronto podremos decir con toda la Iglesia, Santos Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, ¡rueguen por nosotros!

